10 razones por las que Mandela era un líder.
Siendo presidente mantuvo a los afrikáners en sus puestos. Puso fecha a
su marcha.
Afrontó sus fracasos, sobre todo los de índole personal, con
transparencia.
Cuando el 11 de febrero de 1990 Nelson Mandela salió de la
cárcel, después de 27 años encerrado, lo hizo con el puño en alto. Su imagen
emocionó a todos. Era enorme la curiosidad que había por conocer la imagen y el
estado en el que se encontraba el preso más famoso del mundo. Los fotógrafos,
que llevaban meses esperando en la puerta de la cárcel, tenían dudas sobre si
lo reconocerían si el Gobierno sudafricano lo soltaba sin previo aviso.
Uno de
ellos preguntó a uno de los guardias, que contestó: “Cuando lo vea sabrá quién
es. No hay otro como él”.
El guardia de la cárcel estaba en lo cierto. Alto, delgado y radiante con
un traje gris a medida y corbata azul, salió del cautiverio con el aspecto de
un rey.
Así lo recuerda John Carlin en su libro, La
sonrisa de Mandela (editorial debate), que no duda en decir de él que es el jefe de Estado más unánimemente
admirado de la historia.
El mundo entero hoy le llora, blancos y negros por
igual. Nelson Mandela es la última leyenda del siglo XX, un líder
cuyo comportamiento puede servir de ejemplo para directivos y profesionales del
siglo XXI, sobre todo por su capacidad para afrontar la adversidad. Diez
razones (habrá muchas más) de su indiscutible liderazgo.
1. Empatía para conectar. Una anécdota que recuerda Carlin, corresponsal
durante varios años de The Independent en Sudáfrica, es la habilidad
de Mandela –le sucede lo mismo a Bill Clinton– para recordar el nombre de todas
las personas que ha conocido. Sin duda, es un plus añadido a cualquier
liderazgo, que hace sentir importante a la persona a la que tiene enfrente.
Un
líder no intimida, acoge. Y eso lo consiguió con creces: cuando en 1994 fue
elegido presidente de Sudáfrica reunió a la clase política mundial en los
Edificios de la Unión en la capital del país, en el mismo lugar que durante 84
años había sido la sede del gobierno blanco, que había privado a los negros de
sus derechos.
2. Inmensa paciencia. La precipitación y las miras cortoplacistas suelen
ser malas consejeras, sobre todo en tiempos adversos. Mandela se rebeló contra
la tiranía, soportando los años de encierro con paciencia. Y cuando salió a la
calle alzó el puño, solo uno, en un gesto claramente desafiante.
Tenía todavía
mucho por lo que luchar. Su liberación era solo un paso y quedaba mucho camino
por recorrer para acabar con la división racial. Eso sí, cinco años más tarde
cuando ganó las elecciones y el éxito ya era tangible, levantó los dos puños.
Se había convertido en el líder de todas las razas.
3. Capacidad para perdonar. Cuando salió elegido presidente de la
nación, fue sabio al saber perdonar a los blancos, que durante años fueron sus
enemigos.
Se rodeó, sin resentimiento alguno y con máximo respeto, de colaboradores
que habían trabajado con el anterior gobierno.
Ese respeto, que se manifestaba
de forma natural sin necesidad de ningún servicio de coach alrededor,
tuvo como resultado una fidelidad absoluta de todos aquellos que trabajaron a
su lado.
4. Mandato con caducidad. Nada más salir elegido presidente le puso fecha
al momento de su salida. Un mandato de cinco años y nada más. Un líder tiene
que saber cuando irse, seguramente para poder hacerlo por la puerta grande.
Esta decisión supone un ejercicio absoluto de las fortalezas y de las
debilidades de cada uno. Sabía que no era imprescindible y era conocedor de sus
limitaciones.
Cuando finalizara su primer mandato, en 1999, ya tendría 81 años
y sus capacidades ya no serían óptimas para desempeñar el cargo. La historia le
tenía reservado el indiscutible puesto de líder moral.
5. Aprender de los errores. La vida de Mandela estuvo plagada de
fracasos y de errores, sobre todo a nivel personal, pero hizo que no se
volvieran en su contra.
Supo afrontarlos con transparencia y con unos
inquebrantables principios. Aprendió de los fallos –de hecho su primer discurso
como hombre libre fue, como recuerda John Carlin, un auténtico fiasco–, y lo
mismo que los acontecimientos posteriores a su salida de prisión.
Aprendió e
hizo aflorar su integridad, coraje, además del encanto, el poder de persuasión
y su cautivadora sonrisa. Un líder ha de saber sonreír.
6. Cautela y generosidad. Al igual que hizo con los afrikáner, los fieles
del anterior gobierno, a los que respetó y mantuvo en sus puestos, ya que
sostenía que lo único que la gente desea es paz y seguridad para sí misma y
para los suyos, fue cauteloso con los cambios, sobre todo en lo concerniente a
la modificación de símbolos, monumentos y nombres de calles del anterior
régimen de apartheid.
No quiso, a pesar de todo lo que había sufrido, humillar
a sus compatriotas blancos, y mostró una gran comprensión por los valores
afrikáners.
7. Un gran visionario. Supo utilizar todos los resortes para
conseguir su fin: unir a negros y blancos. Y hubo un momento mágico en su
carrera: la final del campeonato del mundo de rugby, el deporte de los blancos,
en el verano de 1995, celebrada en el Johanesburgo Ellis Park.
El estadio,
hasta ese momento, era un santuario para los blancos y durante ese partido se
convirtió en un templo de la unidad del país. La victoria del equipo nacional,
los Springboks, se convirtió en el símbolo de la paz política en Sudáfrica.
Este acontecimiento fue el origen de la película Invictus,
dirigida por Clint Eastwood. Mandela fue un visionario, ya que fue consciente
del potencial unificador y patriótico que genera el deporte.
Decidió organizar
el campeonato para que los seguidores afrikáners del rugby lo fueran también
del nuevo gobierno. Y consiguió que los negros, que rechazaban el rugby por ser
el deporte de los enemigos, apoyaran a los Springboks. No lo tuvo fácil.
Recibió abucheos, sobre todo de los suyos, a los que recomendó amplitud de
miras para construir una nación. Para ello, aseguró, que todos tenían que pagar
un precio, y que los auténticos líderes deberían promover esa corriente. Se
ganó a todos.
8. Seductor nato. Todos los que le conocían caían rendidos ante sus
encantos. Es algo habitual entre los grandes líderes. Hasta la reina de
Inglaterra le permitía que le llamara Elizabeth. Es más, ningún encargado de
protocolo se atrevió nunca a reprenderle la familiaridad con la que trataba a
la más soberana de todos los monarcas.
Que nadie piense que tal osadía era una
falta de respeto hacia la reina Isabel. Mandela trataba a todo el mundo con
respeto, al margen del estatus social que tuvieran, incluidos aquellos que
tramaban atentar contra él. Tenía la habilidad de ponerse en la piel del otro.
9. Habilidad para negociar. El deseo de alcanzar un acuerdo satisfactorio
para todas las partes es algo que distingue a un líder. El éxito de cualquier
operación hoy día, ya sea una transacción mercantil, un acuerdo político o
cualquier cuestión doméstica, pasa por saber crear alianzas, pactar y crear
compromisos. Lo importante es que todos cedan para que todos salgan ganando. Y
se resistía a tener todo el protagonismo, que se le concedía a nivel mundial,
como el artífice del éxito de la transición en Sudáfrica.
Llegó a escribir:
“Tengo tantos fallos como el que más. Se agradecen los cumplidos, siempre que
no se presente al presidente como un superhombre...” Mandela valoraba el
trabajo en equipo y sobre todo tenía siempre muy presente a sus clientes, que
no eran otros que los millones de seguidores que hoy le lloran.
10. Ejemplo y constancia. Mandela, dicen los que le conocieron, no
tenía dobleces. Se presentaba como un hombre íntegro, y a lo largo de su vida
no se desvió del camino que se marcó. Cuando decía que era generoso, se
mostraba como tal. Cuenta John Carlin, uno de los periodistas que más lo
frecuentó, que sacaba tiempo para asistir a la fiesta de cumpleaños de un viejo
camarada en un momento en el que sus obligaciones en la presidencia acaparaban
todos los minutos del día, o era capaz de viajar al otro lado del país para
visitar a un antiguo carcelero cuyo hijo acababa de fallecer.
Su integridad se
mantuvo intacta en un claro ejercicio de constancia. Un empresario irlandés,
Tony O’Reilly, cuyo mayordomo asistió a la investidura de Mandela lo definió
así: “Tenía la nobleza verdadera de la naturalidad y no era consecuencia de un
esfuerzo mental consciente. Mandela es un líder natural”.
Insight
Bibliografía
Paz Álvarez. Cinco Días
Paz Álvarez. Cinco Días
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